domingo, 30 de marzo de 2008

La ilusión de un porvenir.




Las religiones han jugado un papel muy importante en las sociedades. Las clases oprimidas han puesto sus esperanzas en ellas y en la ilusión de un futuro prometedor donde todos los sufrimientos y vejaciones de esta vida serán recompensados.

La religión católica es la que más seguidores tiene en nuestro país. Su filosofía se basa precisamente, en la acción de buenas obras en esta vida para ganarse los favores de un Dios misericordioso logrando así la salvación y la vida eterna.

El paraíso es la promesa de un lugar en donde todos serán iguales, unidos en el Padre, que es uno sólo. Los sufrimientos en esta vida son pues, un pago forzoso para obtener los favores precisos que se requieren para esa salvación.

Las religiones Judeo-cristianas tienen el componente patriarcal característico de nuestra cultura, aunque podemos apreciar cómo su concepción ha evolucionado. Dios se nos presenta, en el origen judaico, como un padre que resulta riguroso, corrector y hasta tirano. El Dios que le pide a Abraham sacrificar a su hijo más amado como prueba de su amor y su lealtad, el Dios que decide destruir a Sodoma después de haberle dado una oportunidad y que es la Ley por excelencia a la que no se debe desafiar.
El Dios cristiano es en cambio misericordioso y amoroso, tiene muchos elementos maternos implícitos: es amor, es perdón, es comprensión, da la otra mejilla y ama a todos por igual, incluso a sus enemigos, más no deja de representar a la Ley. Podríamos afirmar que es Uno y el Otro al mismo tiempo.
El elemento materno en Dios cristiano se robustece aún más con la figura de la virgen María, poderosísima representación de la Madre absoluta: siempre virgen y pura, lo que garantiza su entrega total al hijo, abnegada ante la palabra del Padre y ante cuyos ojos todos somos hijos, sin establecer diferencias. Está de más recordarnos que los pueblos latinoamericanos se caracterizan por ser pueblos marianos por excelencia. Cada pueblo y región tiene además de su santo patrono, una representación de la Virgen propia de la localidad.

La virgen de Guadalupe por ejemplo, vino a representar para los pueblos indígenas de México, una voz en su mismo idioma que les hablaba desde el corazón de Madre (Tonatzin) y que surgió como La Evangelizadora por excelencia. Un refugio materno donde los más oprimidos entre los dominados encontraron un regazo protector y también un reconocimiento de sus rasgos, de su lengua y su visión. Las imágenes de María que los conquistadores del espíritu trajeron a nuestro territorio, eran vírgenes de semblantes ibéricos, de piel blanquísima y cabellos ondulados, que poco o nada significaban a los recién conversos. Más que una madre, eran la imagen de La Patrona, la española esposa del hacendado, ama inalcanzable y frívola, que a la vez podía interceder favores del señor si así le convenía. La virgen de Guadalupe simbolizó no una patrona, sino la Madre que resurgió de las cenizas prehispánicas en una sola y se fundió con la nueva espiritualidad europea impuesta a nuestros pueblos; como buena madre entonces, significó sincretismo y paz, seguridad, esperanza e ilusión.

La religión ha sido el ánfora donde se depositan las esperanzas de un pueblo que sufre. No es casualidad que los más fieles sean generalmente los de las clases bajas. Esto no se aprecia como regla sin excepciones, pero el hecho sobresale como interesante.

El diccionario de la lengua española define la palabra ilusión como una “Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo “ (www.rae.es/). La ilusión que las religiones cristianas proponen, es la de un paraíso o tierra prometida, donde la felicidad, la paz y el amor reinarán bajo el primado de un único Dios que es rey y Padre. La ilusión que se promete es un porvenir, donde no habrá deudas, vejaciones, hambre, falta ni necesidad de trabajo, diferencias entre clases sociales, crímenes ni envidias. Un mundo feliz que por lo tanto se opone al mundo mismo.

El intentar despojar a un pueblo de su religión, y con ella de esta ilusión que les provee de confianza y sobre todo mitiga su angustia, es aparte de cruel y presuntuoso, utópico. De alguna forma si el individuo así lo desea, defenderá su fe y la mantendrá hasta el final. Incluso en países socialistas o comunistas, sabemos de gente que practica religiones de manera clandestina. Este tema resulta interesante, pues estoy de acuerdo con Freud cuando puntualiza que al despojársele a un pueblo de sus doctrinas o dogmas religiosos, éstos al fin y al cabo son sustituidos por otros o por el ideal de Gobierno.

La madre Teresa de Calcuta afirmaba que no hay peor pobreza que la falta de fe o amor. Esta frase es cierta si la contextualizamos en el marco de las clases sociales y la religión. Hay gente cuya única posesión suele ser su fe. A veces de manera material podemos observar como en algunas familias se carece de comida u objetos básicos para subsistir, más no de una imagen o pequeño ícono religioso. La fe y la esperanza están puestas en una madre o un padre (que también es madre) protectores, que mitigan el dolor del diario vivir, y que ofrecen consuelo al escuchar en primera instancia las súplicas o las plegarias. Al ser entes no presentes o tangibles de manera física, se vuelven oyentes o escuchas perfectos. Este consuelo es enorme en sí mismo: la capacidad de poder ser escuchados por un ente omnipresente.

Sí recordamos un poco la historia de Jesús de Nazareth, nos damos cuenta de los grandes rasgos de identificación que genera en las clases menos favorecidas. Jesús era un carpintero de familia muy humilde, nacido en un pesebre, en una pequeña ciudad de provincia de su país. Fue humillado y asesinado de la manera más vil, como a los criminales. El sistema de justicia de su tiempo y lugar no le ofrecieron beneficio alguno. Jesús de Nazareth hablaba de “ un reino que no es de este mundo”, donde él mismo era Rey y de un porvenir mejor para la humanidad basado en un juicio final, donde los injustos recibirían su castigo.

La ilusión de un porvenir es la más fuerte de las promesas de la mayoría de las religiones. Por supuesto que existen variaciones pero el resultado es el mismo: los feligreses alimentan una esperanza de un futuro mejor. La religión (y sus valores) comparte con otras áreas la responsabilidad de amortiguar muchas de las bajas pasiones de los grupos sociales humanos. Sus normas (por ejemplo, los diez mandamientos, el Corán, etc) son claras reglas de convivencia social: donde los roles sexuales y hasta étnicos, la alimentación, el deseo del parricidio o el incesto, son claramente regulados y controlados.

Amarás a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, propone el ideal de una sociedad libre de crímenes e injusticias, donde todo fluya bajo el ojo de un Padre vigilante y bondadoso. La ilusión de esa promesa representa la estabilidad de muchos grupos sociales “enemigos de la cultura” como decía Freud, por naturaleza o por condición. Eliminarla sería entrar en una era aun más caótica que la que vivimos en la actualidad.




Referencias: Freud, Sigmund. Obras completas. T.XXI - El porvenir de una ilusión. Amorrortu Editores.

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